El búnker de un millonario

Muchas extravagancias del Berlín reunificado compartían el aire azaroso y provisional de lo surgido sin dinero y en tierra de nadie. Los clubes de tecno salieron como hongos en las zonas abandonadas por la proximidad de Muro. Los centros de arte, entre los que el desaparecido Tacheles fue el más famoso, proliferaron sin necesidad de clientes.

Entre las muchas rarezas de la Berlín de Alemania, el poco conocido Búnker del Ferrocarril encarna en hormigón armado 70 años de horrores, jolgorios, escaseces, opresión y después desahogo y más tarde el regreso a Berlín de una forma de ostentación que parecía desterrada desde que Hitler se voló la tapa de los sesos.

Muros de dos metros de espesor. Cerca del refugio subterráneo del tirano, hoy desmantelado, los nazis levantaron esta fortificación exterior de cinco pisos para preservar del constante infierno aéreo a los vecinos de la céntrica Reinhardtstrasse. Era del tipo M1200. El número indica su capacidad de acogida, pero se sabe que llegaron a apiñarse más de 4.000 personas. Sus muros tienen unos dos metros de grosor que soportan una tremenda placa horizontal de 3,2 metros.

Sobre ella construyó el multimillonario de origen polaco Christian Boros hace cinco años un lujoso ático con grandes ventanales y estructura de acero. Había comprado el búnker en 2003. Vive allí con su segunda esposa y el menor de sus dos hijos. Tres metros de hormigón armado más abajo, Boros muestra a pequeños grupos de visitantes una porción de su colección privada de arte.

Club, bodega de plátanos y calabozo. La construcción ha tenido varios usos: club, bodega de plátanos y calabozo.

Las fuerzas soviéticas se lo cedieron a las autoridades de la República Democrática Alemana en 1949. ¿Qué hacer con una fortaleza de hormigón inexpugnable en pleno centro de Berlín? Algún funcionario ingenioso reparó en sus cualidades térmicas y propuso usarlo de almacén para fruta tropical. Una empresa pública se encargaba de traerlas desde países amigos como Cuba. Los plátanos eran un artículo de lujo en el bloque oriental.

Posteriormente, los efímeros señores del Berlín posmuro: fiesteros, artistas y estrafalarios en busca de lugares para su vida social y sus actos culturales. El Búnker abrió en 1992 como uno de los clubes de tecno más rudos del mundo. Ofreció cuatro años de ritmos electrónicos delirantes y fiestas sexuales hasta que cerró en 1996 por la presión de las autoridades, que no veían cumplidas las normas mínimas de seguridad.

Quedó convertido en un museo. Lo que había sido escenario del pánico de los berlineses bajo las bombas, calabozo para los represaliados en manos de Stalin, bodega de plátanos de la guerra fría y después tembló por dentro con tecno, contiene ahora la segunda exposición temporal de la colección de Boros, que recibe al visitante con el tictac de una instalación.

Museo

• La muestra de este museo-vivienda es pulcra y observa la cortesía de mostrar las obras como quieren sus artífices. Atrás ya las grandes piezas e instalaciones de la planta baja, esperan arriba algunos dibujos de Dirk Bell, que trabaja sin asomo de ironía sobre contingencias como el amor.

• La rehabilitación del búnker alberga una vivienda de 500 metros cuadrados en el ático y 3.000 metros cuadrados dedicados a espacios expositivos.

• Este búnker se utilizaba para proteger a los viajeros que llegan a la estación de tren Friedrichstrasse ante posibles ataques aéreos. En el interior del búnker se han creado nuevos espacios principalmente por sustracción de muros de refuerzo.

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