La estrategia de campaña de Trump: “Dejar que Trump sea Trump”



Ahora ya podemos estar seguros de que Donald Trump nunca se moverá al centro del espectro político. "Dejar que Trump sea Trump" es la nueva estrategia de su equipo, lo cual es desconcertante, pues el candidato no ha intentado otro enfoque. Al contratar a Stephen Bannon de Breitbart News (la página web conservadora de extrema derecha) para dirigir su campaña, Trump ha eliminado cualquier duda: su estrategia para llegar a la Casa Blanca se basa principalmente en incitar el resentimiento de los votantes blancos. Durante las siguientes 10 semanas, activará cada temor oscuro que pueda encontrar. Ya ha pasado más de una generación desde que Richard Nixon puso fin a la "larga pesadilla nacional" estadounidense al renunciar a la presidencia. La versión de Trump aún tiene camino por recorrer. Hay pocas razones para pensar que se terminará si pierde.

La influencia que ha tenido Nixon sobre la ex estrella de telerrealidad es tanto psicológica como ideológica. El presidente número 37 de Estados Unidos coleccionó resentimientos, como los filatelistas coleccionan sellos. Nixon nunca sintió un rencor que no quiso vengar. Roger Ailes, el desacreditado fundador de Fox News (quien se vio obligado a renunciar a su puesto a raíz de acusaciones de acoso sexual) se volvió famoso entrenando a Nixon para que sonriera más y utilizara la televisión a su favor en su campaña ganadora de 1968. No es casualidad que Ailes esté ahora capacitando a Trump para sus debates televisados con Hillary Clinton. Tiene mucho trabajo por delante. Trump puede estar siguiendo el manual de estrategias de Nixon en 1968 al realizar una campaña basada en el miedo y apelando a la ley y el orden. Pero la actual “mayoría silenciosa” en Estados Unidos es mucho menos “blanca” de lo que era en aquel entonces. Como estrategia electoral, la campaña de Trump está coqueteando con el suicidio.

Sin embargo, como estrategia mediática sí funciona. Nixon creía que las personas respondían al temor más que al amor. "Eso no lo enseñan en la escuela dominical, pero es cierto", decía. También albergaba un profundo odio hacia las élites: los profesores, los de la Ivy League y los expertos. Trump está rodeado de personas con las mismas quejas nixonianas. Roger Stone, un viejo amigo de Trump con quien habla a diario, cree que "el odio motiva más que el amor". Paul Manafort, exjefe de la campaña Trump, quien renunció el viernes pasado, hizo su fortuna como asesor de líderes paranoicos de todo el mundo. El sitio web de Bannon está repleto de teorías de conspiración. Ahora tiene la oportunidad dorada de convertir su paranoia en una campaña presidencial. ¿Cómo será esto?

El fantasma de Nixon ya se vislumbraba en el contenido de la campaña Trump. A diferencia de Ronald Reagan, Nixon estaba contento con el "gran Gobierno"; creó más agencias federales que cualquier presidente desde entonces. El éxito de Trump con los votantes blancos de clase media se deriva en parte de su promesa de mantener los derechos federales, tales como la seguridad social. A diferencia de Reagan, Nixon mantuvo una política exterior basada más en el interés nacional que en los valores estadounidenses. Semejante pragmatismo le permitió anular a los halcones anticomunistas y hacer el histórico trato con la China de Mao. La admiración que siente Trump hacia los autócratas, como el presidente ruso, Vladimir Putin, e incluso Kim Jong Un, de Corea del Norte, muestra una indiferencia similar hacia los sentimientos de Estados Unidos, pero es el mensaje cultural de Nixon, que alimentaba la ira de los votantes blancos de clase media, lo que realmente inspira a Trump. Dominará cada vez más lo que resta de su campaña.

¿Podría tener éxito de alguna forma? He aquí en lo que Trump y Nixon se diferencian. Este último fue el genio político de su época. Nixon indudablemente sacó provecho al resentimiento que los votantes blancos sentían contra las reformas de los derechos civiles de la década de 1960, pero incluso en la cúspide de su llamada "estrategia sureña", fue muy cuidadoso de no expresar puntos de vista claramente racistas. Trump apenas puede terminar una frase sin ofender a algún grupo étnico. Nixon también adoptó una postura centrista tras ganar la nominación republicana. Trump hace lo contrario: se está moviendo más hacia el extremo conforme se acercan las elecciones generales. También se burla de las prácticas habituales, como la de establecer operaciones profesionales en los estados clave. Bannon, al igual que Manafort, no tiene ninguna experiencia en campañas. Trump es foráneo, asesorado por foráneos, apelando a votantes que se consideran foráneos. Nixon estaría horrorizado. Así no se ganan las elecciones.

Pero es una gran manera de apalancar su marca. Muchos dudaron de si Trump realmente esperaba ganar la nominación republicana. Sospecharon que su candidatura era sólo otra forma de impulsar la marca Trump. En el proceso, encontró un gran mercado de personas que responden a su “política de identidad blanca”. Trump tiene 11 millones de seguidores en Twitter. ¿Qué mejor respuesta a la derrota que sacar beneficios económicos de esos seguidores con el lanzamiento de un canal de noticias Trump? Han sucedido cosas más extrañas. Semejante empresa convertiría todos esos resentimientos en ganancias. Como barón de los medios, Trump también podría jugar el papel de espina en el costado de la administración Clinton. Sería algo poético. Ella trabajó como asistente legal para la comisión del Watergate que provocó la caída del entonces presidente Nixon. Toda la política es personal en el mundo de Trump. ¿Qué modo más apropiado de cerrar el círculo que vengar al fantasma de Nixon?

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