Donald Trump evoca los anticuados "hombres fuertes" latinoamericanos

El persistente fantasma en la elección de Estados Unidos ha sido Latinoamérica. Haciendo "apariciones" por el lado republicano están los 11 millones de migrantes indocumentados, en su mayoría hispanos, que Donald Trump quiere deportar; el muro que el candidato republicano va a construir, y el injusto "juez mexicano" (nacido en Iowa) que pronunció un fallo en su contra. Por parte de los demócratas, se encuentra la creencia de Hillary Clinton de que "ninguna región es más importante para la prosperidad y seguridad de Estados Unidos" y, algo menos benevolente, los menores de edad huyendo de Centroamérica contra quienes la candidata demócrata abogara en el pasado para que fueran enviados de vuelta a sus países de origen.

Durante mucho tiempo, la realidad ha sido que el voto hispano (12 por ciento del electorado estadounidense) tiene una buena oportunidad de determinar el resultado de la elección. Esto es particularmente cierto este año. Además del tema central de la inmigración, el voto hispano tiene una gran cantidad de millennials, quienes forman parte de una generación con inclinaciones liberales que alcanzó la mayoría de edad en el cambio de siglo y que, aunque está contra los sistemas establecidos, tiende a rechazar a Trump. Además, para sus padres y abuelos, Trump es el tipo de candidato que bien puede recordarles las razones por las que inicialmente emigraron.

Cuando Trump se pavonea con toda la fanfarronería reunida de las "majestuosas praderas" de… bueno, de Queens, Nueva York, parece haber salido de un temido pasaje de historia latinoamericana. A veces se dice que él comparte rasgos con caudillos populistas como Rafael Trujillo de República Dominicana, o Domingo Perón y Carlos Menem de Argentina, además de unos cuantos más.

Como muestra, tenemos la obsesión con la virilidad y con frecuentemente notables "peinados", tales como las patillas de Menem. También tenemos el narcisismo y el autovanaglorioso nacionalismo: el héroe de la independencia de México, el general Antonio López de Santa Anna, organizó un funeral de Estado para su pierna amputada. También tenemos el autoritarismo: Hugo Chávez, de Venezuela, otro astuto hombre del espectáculo, quien caprichosamente despidió a ciertos ministros durante su programa de telerrealidad.

Es irónico que Latinoamérica parezca estar rechazando a los líderes populistas justo cuando Europa y Estados Unidos parecen estar aceptándolos. La región ha experimentado un cambio trascendental durante el último año. Los argentinos han optado por elegir como presidente a un centrista en pro de los negocios: Mauricio Macri. Brasil ha canalizado la ira popular ante la corrupción sancionada por el Estado buscando la destitución de Dilma Rousseff. La Venezuela socialista está al borde del colapso. Sólo en Nicaragua, Bolivia y Ecuador (donde Rafael Correa representa un caso especial de un líder extranjero que apoya a Trump) sobreviven los populistas.

Es aquí donde puede existir una correlación directa entre la última oscilación de Latinoamérica en su péndulo político y cómo los hispanos pueden determinar el resultado de las elecciones de Estados Unidos. Por lo general, los hispanos comparten las principales preocupaciones de otros votantes: la economía, el terrorismo y la asistencia médica. Ellos también votan tradicionalmente por los demócratas. Una gran diferencia este año es que los millennials constituyen el 44 por ciento del bloque.

Este grupo se define más por datos demográficos que por vagas nociones de etnicidad compartida (la mayoría dice que no se necesita hablar español para ser hispano). Muchos son hijos de inmigrantes. Y, lo que es aún más importante, tal y como lo sugiere el profesor Roberto Suro de la Universidad del Sur de California, es que ellos se consideran a sí mismos estadounidenses, orgullosos del énfasis que Estados Unidos da a un estado de derecho en el que un Gobierno imparcial (en vez de un líder errático, como Trump) adjudica los reclamos y principios legales, como la ciudadanía.

Mientras tanto, muchos de sus padres ya han sido víctimas del espectáculo populista. Una de las razones frecuentemente citadas como causa del ascenso del populismo estadounidense es la creciente desigualdad, otro tradicional infortunio latinoamericano. De hecho, Omar Encarnación, un profesor de estudios políticos en Bard College, destaca el coeficiente de Gini de Estados Unidos, medida ampliamente utilizada en relación con la desigualdad, el cual se sitúa en el rango de 40 a 45. Estas cifras se hallan ligeramente por debajo de 40 a 50 en Latinoamérica, pero muy por encima de Canadá o Europa con alrededor de 30.

La ira contra las élites es la segunda razón citada como causa del ascenso del populismo estadounidense. Una vez más, Latinoamérica conoce bien este tema. Ernesto Laclau, teórico político argentino, dedicó su carrera a explicarlo y defenderlo. Laclau (una influencia intelectual importante en los partidos izquierdistas Podemos de España y Syriza de Grecia, y que falleció hace dos años) argumentaba que el populismo era la mejor alternativa posmarxista de los proletarios abandonados por élites que habían atrincherado los privilegios, traicionado las posiciones liberales y, por ende, deformado las instituciones.

Puede que eso sea lo suficientemente cierto: los populistas no surgen de la nada. Ellos satisfacen una necesidad. Sin embargo, la historia reciente nos recuerda que la traición de las promesas casi equivale a una definición de populismo. Típicamente, eso se lleva a cabo a través de un gasto deficitario financiado por la impresión de dinero por parte del banco central, lo cual genera descontrolada inflación, un punto de vista que probablemente requiera actualizarse en estas épocas de flexibilización cuantitativa.

Todo esto puede sonar muy familiar a los votantes de Estados Unidos, sin importar dónde estén situados en el espectro político. También puede ser familiar a Clinton y Trump. Ambos conocen bien Latinoamérica: Clinton durante su tiempo como secretaria de Estado; Trump por su experiencia con los hoteles y centros turísticos con licencia de su franquicia con letras doradas: una propiedad, en Panamá, reestructurada bajo el Capítulo 11 de bancarrota; otra, en México, la cual quebró antes de su construcción.

Sin duda, todo esto es familiar a los hispanos, de los cuales aproximadamente el 70 por ciento aparece regularmente en las encuestas a favor de votar por Clinton ante cerca del 20 por ciento por Trump. Debido a dolorosas experiencias personales, muchos han aprendido la diferencia entre un buen líder y un buen farsante.

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